Voraz realidad

Mauricio Muñoz

Hace nueve días los pastusos observamos a través de las redes sociales y medios de comunicación tradicionales, las imágenes dantescas de un incendio que se registró en una bodega de maderas ubicada en el barrio Caicedo de la ciudad de Pasto; las imágenes que comenzaron a circular después de las cuatro de la tarde, transmitían el horror y la desesperación de los habitantes de este sector de la ciudad que buscaban por todos los medios posibles, extinguir las llamas que comenzaron a devorar la bodega y casas aledañas.

Las causas de dicha conflagración son motivo de investigación de los órganos especializados en dicho menester y espero que, si hay un responsable, se haga el trabajo jurídico propicio para que esta acción, en donde se puso en riesgo la vida de niños, jóvenes y adultos, no quede impune.

Sin embargo, este no es el objetivo al escribir las presentes líneas, mi motivación va mucho más allá, y se centra en el contexto que rodeaba la emergencia que he narrado y que por lo visto, no ha sido tenida en cuenta. Me refiero a la difícil situación que viven un buen número de personas que residen en este sector de la ciudad.

Mientras que los habitantes del barrio luchaban por detener las llamas que amenazaban con causar un desastre mayor, frente a la bodega consumida por el fuego, más de veinte familias mojaban la tierra alrededor de sus “casas”, entre comillas porque el lugar donde viven estas personas, a la luz de la verdad y de la dignidad humana, no deberían llamarse como tal, pues estas familias viven en la ladera de la montaña en construcciones de madera y zinc, sometidas al riesgo de un posible alud o incluso, una conflagración que puede acabar con sus improvisadas construcciones.

Estas familias pagan aproximadamente 150 mil pesos mensuales para poder permanecer en estos cambuches; hombres, mujeres, niños, niñas y adultos mayores deben vivir allí casi arrumados como si fueran muebles descartados en un rincón olvidado, padeciendo en carne propia la desigualdad rampante y el olvido del Estado.

Para completar el panorama, no tienen acceso ni a los servicios públicos domiciliarios básicos para llevar una vida digna, olvidados por esta sociedad individualista y cruel.

Hoy que nos hemos volcado a ayudar a los habitantes del barrio Caicedo de nuestra ciudad, quienes afortunadamente solo sufrieron pérdidas materiales, aspiro y espero a que las autoridades regionales, en primer lugar, recorran los caminos llenos de barro que conducen a este barrio, caminos que cada político de turno ha prometido pavimentar y que nunca ha cumplido, caminos que dificultaron el acceso de los vehículos de emergencia a la zona del percance. De igual manera, anhelo que observen las “casas” de las laderas, allí donde aún está la publicidad de las campañas políticas pasadas y sientan vergüenza, porque a pesar de tanto tiempo en el poder, nunca se han preocupado por el bienestar de las personas que las habitan.

Por: Mauricio Fernando Muñoz Mazuera

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