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“No hay árbol que el viento no haya sacudido” (Anónimo).
Mañana inicia diciembre con su alegría. Empezamos a ver como las residencias, centros comerciales, calles y parques comienzan a iluminarse para conmemorar el nacimiento de Jesús. Claro está sin la intensidad de años anteriores porque el billete está escaso.
En esta temporada tengo sentimientos encontrados. De alegría por estar vivo, con salud, un techo, con trabajo, con mi familia y compañeros de trabajo completos. En las circunstancias actuales esto ya es un privilegio. El Covid-19 ha golpeado las puertas de nuestros vecinos, en unas de ellas se ha quedado con consecuencias funestas, afortunadamente cada vez que llega a la nuestra pasa sin detenerse.
De melancolía, porque sumergido en la máquina del tiempo, empiezo a recordar mis tiempos de infancia, cuando en las destapadas calles de Tangua iba a misa a las 5 de la mañana los días de la novena cogido de la mano de mis padres y luego disfrutaba de una humeante taza de café con leche y un pan de maíz recién horneado, para salir a jugar con mis compañeros de escuela hasta quedar muertos del cansancio. Comenzada la noche a dormir bajo la mirada protectora de quienes nos dieron la vida y que hoy nos cuidan desde el cielo.
Hoy, en la misma máquina del tiempo me ubico en diciembre de este año. Si bien he dejado de ir a misa en los días de la novena, hoy trabajo intensamente para recuperar la normalidad perdida, consciente que no podremos reunirnos con toda la familia, ni amigos y vecinos porque tenemos temor mutuo de contagiarnos del temible Covid-19.
Esta Navidad va a estar pobre, no veremos el derroche de luces porque no hay plata. Como no habrá recursos para las fiestas familiares o empresariales. En esta Navidad nos toca encerrarnos y desearnos feliz Navidad a distancia. En esta Navidad recordaremos con nostalgia que los únicos que beben y beben y vuelven a beber son los peces en el río.
POR: VICTOR RIVAS MARTINEZ.