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Todos los días aparecen figuras sui géneris en nuestra amada Colombia, territorio propicio para que se cocinen híbridos inesperados y que se convierten en algo letal para la salud mental de los colombianos que aún creen en principios éticos y morales.
Cuando se oye vociferar en el senado de la republiqueta a personajes como Jonatan Tamayo, conocido como “Manguito”, no puede aparecer otro semblante distinto al de la indignación, en el rostro de los colombianos que han estudiado y se han formado como profesionales para contribuir a la sociedad; ver cómo han llegado al parlamento personajes nefastos como este señor, lo único que genera es alimentar la desesperanza en quienes claman porque esa corporación sea de verdad el nicho de las mentes probas que conducirán a Colombia hacia un futuro promisorio.
¿Qué se puede esperar de quien fue un niño se acostumbró a escuchar y crecer en medio de las balaceras en San Javier La Loma, comuna 13 en Medellín?
La primera opción es: si es inteligente o estudia, se puede convertir en una persona reflexiva enfocada a resocializarse en medio de esa guerra sin cuartel que se libró en Medellín en aquella época. Convertirse en una persona sensible a los problemas sociales y luchar por las soluciones de los mismos. La segunda opción, es que si se trata de una persona oportunista, arribista, muy atenta al acontecer de calle, puede subir en la escalera delincuencial legal o ilegal, hasta convertirse en jefe de banda o en su defecto miembro de una bancada con clara evidencia de potencialmente mutar a delincuente de cuello blanco.
Al parecer Jonatan Tamayo, un hombrecillo, picado de trovador, y vendedor de mangos, está lejos de representar las posturas de un partido que lucha por reivindicaciones sociales, y peló ese venenoso cobre del arribismo y oportunismo a ultranza. Se le abona esa astucia de rata de alcantarilla que se escabulle entre los recovecos de la política para llegar a la carroña, postre que se disputan entre los tránsfugas de su especie.
Por Daniel Olarte Mutiz.