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No podemos dejar que el miedo, el cansancio y las dificultades sean más fuerte que nuestro deseo de salir adelante.
Hemos iniciado desde el domingo anterior el tiempo litúrgico del Adviento. Para los católicos son 4 semanas en los cuales, los textos bíblicos, los signos y la oración nos invitan a disponernos para esperar al Señor que viene (eso significa la Adviento: llegada inminente).
Antecediendo la Navidad, este tiempo nos debe movilizar para acrecentar nuestro deseo de Dios, la capacidad de esperar en Él. Y esto sí que toma relevancia durante estos días tan difíciles de pandemia, pero también de mayor empobrecimiento, de sufrimiento, de soledad, de incertidumbre.
Cuando los puntos sobre los cuales hemos ido construyendo la vida, los sueños, los proyectos personales, familiares y comunitarios no tienen como cimiento la fe, semejante crisis como la que hemos estado afrontando pueden significar desolación completa.
Pero para quienes creemos – en nuestro caso en Jesús – la mirada no se queda abstraída en los problemas sino que se fija más allá en una poderosa fuerza que nos dice: “ánimo, la tormenta pasará, mantente firme que estoy contigo”.
El Adviento nos recuerda que el Hijo de Dios “vino” en el tiempo hecho Niño y nacido en un pesebre; nos promete también que “vendrá” – no sabemos cómo ni cuándo – al final de los tiempos; pero nos recuerda que Jesús sigue “viniendo” hoy a nuestro encuentro y no tenemos que ir muy lejos para descubrirle.
Jesús está viniendo también durante esta pandemia a fortalecernos a través de la oración, los sacramentos; sigue viniendo a consolarnos y tendernos la mano por medio de las personas de buena voluntad que rompen las barreras del miedo para hacer algo por los enfermos, los que sufren y los que lloran; y para todos, Jesús sigue viniendo hoy a través de los pobres, los enfermos, los más vulnerables dándonos la oportunidad de salir del egoísmo, de levantar la cabeza y encontrar en el servicio a los demás un motivo para no quejarnos sino para descubrir el sentido y gozo de hacer algo bueno por los demás.
No dejemos, pues, de esperar que con Dios mañana las cosas podrán ser mejores; sobrepongámonos a la tentación de la queja y la lamentación y dediquemos espacios para la reflexión delante del Señor; esto nos ayudará a levantar nuestra mirada y contemplar que en medio de la tormenta hay rayos de luz que nos anuncian que algo mejor vendrá.
Con los “ojos fijos en Jesús” (Cf. Hebreos 12,2), derrotemos el miedo con la confianza en Dios, venzamos al cansancio con compromiso y responsabilidad para con los demás; y disipemos la incertidumbre con la fe en Dios que todo lo puede.
Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro