EL MADRUGÓN DEL NIÑO DIOS

Jorge Carvajal Pérez

No nos metamos mentiras. Este año el Niño Dios se metió una madrugada de Padre y Señor mío y desde finales de septiembre, lo empezamos a ver en las vitrinas, desde el más pequeñito, hasta los más grandes y robustos.

Se trata de una actitud explicable, puesto que todos sabemos que la pandemia del Covid-19, se nos tiró la Navidad del 2020, por lo que ahora, a pesar que el virus sigue rondando en cualquier esquina, todo el mundo tiene ánimo de desquite.

El ver por estos días a tantos niños Dios, (por ahí en un almacén del centro vi uno hasta negrito o mejor dicho afrodescendiente, mientras que la Virgen María y San José, eran rubios, como suecos, lo cual no me pareció conveniente, puesto que podría desencadenar en una molesta discusión entre la santa pareja, me ha hecho acordar de mis épocas infantiles, en la que en compañía de mi hermano, los 24 de diciembre, tratábamos de no dormirnos, para sorprender al Niño Dios, en la grata tarea (para nosotros) de colocar los regalos bajo el árbol de Navidad. Nunca lo logramos, puesto que cuando uno tiene 6 o 7 años, el sueño lo vence muy rápido, y la única vez que en un esfuerzo sobrehumano pude mantener los ojos medio abiertos, me pareció que el Niño Dios que colocaba los regalos, se parecía sorprendentemente a mi papá.

Sea como sea y aunque ya peinemos bastante canas, el Niño Dios, es uno de mis más hermosos y gratos recuerdos de la infancia, en la que en esos días previos al 24 de diciembre, mi hermano y yo le pedíamos a mi mamá, que nos escribiera la carta en la que pedíamos cantidades de regalos, en la suposición de que el Niño Dios era millonario, por lo que nuestros padres debían pasar las verdes y las maduras, para completar al menos un 10 por ciento de todas esas peticiones.

Pero, que lo recuerde, al menos en mi caso, el Niño Dios se portó casi siempre bien conmigo. Como me encantaba la música, un diciembre, cuando me parece que tenía 6 años, le pedí un radio transistor, objeto sofisticado y caro en esos días de mi niñez, pero en la mañana del 25 de diciembre, tuve la enorme dicha de recibir el transistor, con lo que no solo seguí con la afición de la música, sino que también me empezaron a gustar las noticias.

Este año, para no variar la costumbre, me propongo enviarle una carta, puesto que con el paso inexorable de los años, uno aprende que una de las más maravillosas épocas de la vida es la niñez, y ¿quién sabe?, como la fe mueve montañas, estoy seguro que el Niño Dios me va a traer mi regalo.

POR: JORGE HERNANDO CARVAJAL PÉREZ

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