Seguridad nacional y paz

Miriam Martínez

Juntar dos paradigmas: el desafío más complejo que enfrenta Colombia para los próximos años

 “Mientras que los objetivos clásicos de la seguridad nacional consistían en prevenir o rechazar amenazas militares de estados (la guerra clásica), en la actualidad las amenazas a la seguridad nacional son más difusas, e incluyen la delincuencia común, el terrorismo, las mafias, los riesgos medioambientales, y fenómenos sociales de escala global como las migraciones masivas”, Wikipedia.

El texto está escrito como si hubiese sido hecho a la medida para el caso colombiano. Ni más ni menos, ahí ese encuentra buena parte del inventario de problemas que nos aquejan. En pocas palabras, en materia de seguridad nacional, tal y como se concibe en términos modernos, estamos muy atrás de estándares internacionales e incluso nacionales.

¿Debemos preocuparnos?

Una preocupación constante para quienes esperamos que a este gobierno le vaya bien y que nos acosa a muchos desde cuando Gustavo Petro era candidato, es justamente la de la seguridad nacional desde esa perspectiva más amplia. Duque puso a prueba la estabilidad social e institucional del país a lo largo prácticamente de todo su gobierno: hay quienes pensamos con evidencias que la hecatombe la evitó el confinamiento que nos impuso la pandemia frente a tanta improvisación, a incontables desafueros, al desaforado y descarado abuso del poder, a la corrupción, pero sobre todo a tanta pusilanimidad y liviandad en la vida personal y pública del presidente.

Vale la pena insistir en lo de la preocupación por varias razones: primero, porque Petro llegó al poder con expectativas altísimas en materia de cambio y de gestión y eso tiene consecuencias. Los ciudadanos esperan resultados en lapsos que casi siempre resultan imposibles de cumplir. El pasado del presidente, además, con sus antecedentes como líder de la oposición en el congreso y exmilitante del M19 suscitan muchas esperanzas especialmente en términos de paz, en la lucha contra la pobreza y por la equidad, en temas ambientales y en cuanto a las relaciones internacionales. Vuelve y juega, se trata de los asuntos que conforman el núcleo duro de la seguridad nacional.

Temas para abordar de inmediato

Vistos en perspectiva, son temas que están uno detrás del otro, o revueltos (como se quieran mirar) no se sabe bien cuál es el primero y cual el último, son interdependientes y se entrelazan de una forma constante y crítica. En esto radica la enorme dificultad para hallar soluciones.

Las relaciones con los EEUU hasta ahora parecen amables, pero bueno, así es como nos comportamos todos de visita. Ya veremos más adelante. De por medio hay tanto que discutir con los gringos que me limito a los temas de esta columna. De seguro estos querrán más temprano que tarde que se aplique glifosato en los cultivos de coca; que se mantenga la política de erradicación forzosa; que permanezca intacta su influencia dentro de nuestras fuerzas militares y en la justicia; que la extradición de nacionales siga por miles y solo de aquí para allá y que nuestras relaciones con los vecinos sean dictadas por la Casa Blanca como ha sido la tradición.

Si nada de eso cambia, la seguridad nacional de Colombia seguirá siendo un chiste. A la luz de un modelo de relacionamiento internacional tan asimétrico e injusto es imposible conseguir la paz para el país. Los grupos armados que giran en torno al narcotráfico son tantos hoy que para nombrarlos hay que sacar cartilla, de hecho en las reuniones de los “expertólogos en paz” se mencionan tantos nombres de esos grupos que parecen los inventarios de los remedios de una droguería. En general todos, con muy pocas excepciones (viejas guerrillas como el ELN), son lo mismo y se dedican a lo mismo, eso sí, no hay que olvidar que hacen presencia en más de 300 municipios del país.

¿Qué está pasando hoy?

Dos hechos cruciales, uno que viene desde el año pasado y al que no se le puso mayor atención, y otro ocurrido hace un par de días protagonizado por el presidente, no deben pasarse por alto en este devenir de la historia nacional que se está reescribiendo desde hace tan solo unos días.

Primer escenario: Iván Duque sostuvo, llegando el final de su período, que los cultivos de coca durante su gobierno se habían disminuido. Naciones Unidas contra la Droga y el delito (Unodc) lo confirmó: en 2020 los cultivos de hoja de coca se redujeron en un 7%, en 2019 un 9% y en 2018 un 2.1%. Aparentemente un éxito. En realidad un fracaso devastador. Si bien se disminuyó la siembra, las consecuencias fueron desastrosas en términos de vidas humanas de campesinos y de miembros de la fuerza pública; el impacto ambiental fue enorme y la zozobra de las comunidades por la presencia de actores armados, desapariciones, desplazamientos y asesinatos de líderes sociales y otras violaciones de derechos humanos fue incalculable. A todo lo anterior se sumó una sensible disminución en las condiciones de vida en salud, educación y nutrición de los habitantes las regiones más afectadas.

¡Y eso no fue todo! Lo más curioso, lo absurdamente contradictorio, lo impensable, fue que ante la disminución de producción de coca anunciada con orgullo por el gobierno, se antepuso un crecimiento significativo de cocaína. Colombia se ha venido industrializando en materia de drogas ilícitas. No lo digo yo, el propio Duque lo reconoció en junio pasado: “Los criminales del narcotráfico siempre han buscado su profesionalización, han ido adaptando sus prácticas para aumentar en productividad” (Ironizando, una especie de economía blanca en remplazo de la naranja del expresidente).

Para Daniel Rico, economista experto en temas de narcotráfico esto no es una paradoja: “La coca hoy cuenta con mano de obra calificada, y cuando hay mejoras en la producción es porque hay una estabilidad estructural en las dinámicas del mercado, es decir, de la siembra, la producción y la distribución”. Las cifras hablan por sí solas: Unodc estima que no obstante la disminución de cultivos, en el 2020 se produjeron 1.010 toneladas de cocaína pura, lo que representa un incremento total del 8%.

A este primer escenario -o contexto- hay que agregarle un desastre más: según las cuentas del gobierno anterior, a este fracaso se le invirtieron, solo por parte de Colombia, 11.000 millones de dólares en alianza con EEUU (o en obediencia mejor) conforme a las directrices impartidas por el Pentágono.

Petro suspende la erradicación forzosa de los cultivos de coca ¿habrá consecuencias?

Segundo escenario: Un hecho relevante a considerar es el pronunciamiento del presidente ordenando la suspensión de la erradicación forzosa de cultivos de coca hace tan solo dos días. Múltiples son las repercusiones de esta medida, en mi opinión todas favorables. Se trata de una decisión esperada por años que disminuirá la conflictividad regional, que abrirá la posibilidad de reivindicar al campesino colombiano como un sujeto de derechos, que evitará sustancialmente los excesos cometidos y tantas veces denunciados de la fuerza pública por cuenta de la erradicación forzada, y, si vamos más allá, será una de las fórmulas más viables y confiables para evitar que los cultivos se sigan extendiendo en zonas de parques nacionales y reservas forestales. Ahora bien, nada de esto dará frutos si no se garantiza el cumplimiento de los compromisos que el estado adquirió con el Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos de uso Ilícito (Pnis).

Importantes conclusiones

Resumiendo, necesitamos la paz, no solo como un imperativo moral, social y político, sino como una necesidad concreta en cuanto a nuestra supervivencia. Pero la paz no llega sola: depende al mismo tiempo del manejo de las relaciones internacionales de todo tipo (del que demos a aquellos que entorpecen nuestros planes soberanos y de bienestar, y también del que expresemos con respeto y aprecio por los que nos ayudan y apoyan); del equilibrio económico entre los ciudadanos, del respeto por los derechos humanos, de la aniquilación de todas las formas de discriminación y del fortalecimiento fiscal del estado. La paz debe hacerse superando la intromisión en nuestras vidas de la cultura de la muerte y de plata mal habida.

La paz es la seguridad nacional, y viceversa. Nadie construye esto solo, ni un gobierno, ni un gobernante, ni una ideología ni un invento. No se logra por arte de magia, y ni siquiera los más sofisticados métodos de planificación son garantía de éxito. Hay muchas variables, muchísimas por considerar, esto no es tarea para un hombre, lo es para un pueblo. 

Loading

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest

Te Puede Interesar