Yo escojo ser pastor

Mauricio Muñoz

Este 25 de diciembre los cristianos de todo el mundo volveremos a vivir una nueva navidad con todo lo que esto representa. No solo conmemoramos la idea del nacimiento de Jesucristo en el pasado, pues preparamos durante 9 días su nacimiento en nuestros corazones, es reeditar, volver a vivir ese acontecimiento que sucedió en la escarpada Belén hace más de dos mil años.

Los católicos no celebramos como tal el cumpleaños a Cristo, pues, como lo dicen varios teólogos, Dios es atemporal, es Alfa y Omega, principio y fin de todo, por ende, encasillarlo en rótulos meramente mortales es quedarse con la parte humana, de quien es Dios y hombre a la vez.

La encarnación del divino Redentor de por sí es un misterio, tema del cual con antelación ya hice mención, por ende este solo puede ser entendido a los ojos de la fe, sin embargo para la comprensión de este sublime momento, se nos ha dado varias herramientas y así, en medio de la sencillez, logremos acercarnos al mismo. Uno de estos signos es el pesebre y cada uno de los personajes que hacen parte del mismo, que a pesar del esfuerzo de muchos por negar la encarnación a lo largo del tiempo, el relato en si ha sido más fuerte que cualquier ola que ha querido chocar en su contra.

En la tierna y romántica escena del pesebre, desde mi humilde opinión sobresale una figura sin contar con la sagrada familia, estos son los pastores, hombres sencillos, trabajadores, humildes, honestos y provistos de fe que supieron escuchar el anuncio y fueron, entre toda la humanidad, los primeros adoradores, y como diría una buena amiga mía, la primera guardia de honor que tuvo el divino infante.

Su imagen me ha causado admiración, puesto que, a pesar de su importancia en el relato evangélico, cuando somos niños, jóvenes o incluso en nuestra adultez, nadie quiere asumir su posición en la representación del nacimiento de Jesús; todos quieren ser José, María, los Reyes, ángeles, e incluso hasta Santa Claus, pero nadie pelea por ser pastor. ¡Qué ciegos estamos todos¡ pues estos humildes, los más pequeños de la tierra no fueron guiados por una luz, o por una antigua profecía, a ellos el mismo Dios les hablo por medio de sus ángeles, anunciándoles que, en la plenitud del tiempo, el divino Infante había llegado a la tierra, y no les hablo en lenguaje arcano o sofisticado, a ellos les hablo en su sencillez, les hablo al corazón, y les hablo así porque sabía que ellos, sin necesidad de otro signo, iban a comprender que quien estaba acostado en el pesebre era el salvador, y saldrían presurosos a adorar al verbo de Dios encarnado.

En estos últimos días de la novena, queridos lectores, los invito a contemplar el nacimiento, y entre tantas luces, colores y jolgorio, deténganse en esos humildes hombres y mujeres, a los cuales Dios les tenía un mensaje preciso, ellos son prefiguración nuestra, a nosotros nos habla el Padre para que, corramos a ver al niño, a disfrutar de su presencia y a ser hombres de buena voluntad. Feliz Navidad para todos.

Por Mauricio Fernando Muñoz Mazuera

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